En post anteriores he hablado de la comunicación positiva con los hijos como una forma de promover el buen comportamiento, la armonía familiar y sobretodo la autoestima de nuestros hijos a través de la puesta en valor de las conductas positivas, incidiendo en ellas y valorándolas, haciendo que se sienta bien consigo mismo y fortaleciendo el vínculo familiar. Educando con amabilidad y firmeza y poniendo el énfasis en cómo moldear la conducta de nuestro hijo/a a través de nuestro comportamiento positivo hacia él.
En este caso quiero centrarme en la comunicación emocional de manera que además de poner atención al comportamiento de nuestros hijos lo hagamos también a sus emociones. Una parte fundamental de la comunicación positiva es la validación de los sentimientos.
El otro día mi hijo de seis años me comentaba bastante disgustado y triste que un amigo en el recreo había hecho trampa jugando con él y que otros dos niños le habían creído en lugar de creerle a él, cosa que le parecía injusta y se sentía impotente porque no había sabido defenderse. Mi primera reacción podía haber sido darle una «solución» a la situación y decirle que aquello no tenía importancia y que no tenía que preocuparse ni sentirse disgustado. De ese modo estaría viendo la situación desde el punto de vista del adulto y no desde su punto de vista. Para él era algo importante. Cuando un niño llora o se enfada es por algo importante para él y si no atendemos a su punto de vista y desde su perspectiva estamos cercenando parte de su desarrollo emocional y de su seguridad. Validar es acompañar y estar presente. En ocasiones no es preciso dar una «solución a la situación» simplemente con un entiendo cómo te sientes es suficiente.
Lo mismo puede suceder con nuestra hija adolescente cuando nos comenta que sus amigas le han hecho algún feo gesto y le ha sentado mal.
Si las personas más cercanas para el niño o adolescente, las que le hacen sentir más seguro, en una situación en la que se siente mal, invalidan sus sentimientos o les restan valor le harán sentir poco importante y carente de valía personal.
En ocasiones juzgamos, criticamos o no damos importancia a las emociones de nuestros hijos sin pararnos a pensar cómo está viviendo el niño la situación y cómo se siente. Damos consejos e indicaciones pasando por alto su estado emocional y le decimos: «no llores que no es para tanto, ese chico no valía la pena», «no te enfades y no hagas caso a ese niño que se mete contigo», «sólo es un rasguño, eres valiente»…sin preguntarle porqué se molesta tanto, qué le duele de esa situación, cómo se siente, qué le gustaría que pasara, cómo resolvería la situación, o simplemente con un «comprendo que te sientas así».
Al validar sus sentimientos estamos aceptando lo que siente y cómo lo siente aunque no estemos de acuerdo con ello y le damos la oportunidad de darse cuenta de sus emociones al mismo tiempo que le damos valor a él como persona.
Las emociones son necesarias y cumplen una función así que no podemos no sentirlas o eliminarlas. Por otra parte todas ellas, tanto las agradables como las desagradables, tienen una razón de ser y las vamos a experimentar toda la vida. La vivencia emocional de un niño o adolescente es diferente a la del adulto ya que éste carece de la experiencia y de la capacidad de regulación así que aprender a expresarlas y gestionarlas es parte del desarrollo evolutivo del niño y nosotros como padres tenemos la obligación de proporcionarles este aprendizaje de la mejor manera posible.
Validando sus emociones estamos transmitiendo amor, aceptación, respeto, seguridad y autoestima. Le estamos ofreciendo la oportunidad de expresar sus emociones con libertad y sintiéndose comprendido y valorado. Esto no quiere decir que tengamos que responder a sus deseos si algo que está haciendo no es adecuado para él. Si nuestro hijo llora o se enfada porque no le estamos dejando cruzar sólo la calle o porque no le dejamos salir hasta altas horas de la madrugada y no tiene edad para ello vamos a ponernos a su altura y validar su emociones diciéndole que entendemos que le de rabia porque le apetece hacerlo pero que por su seguridad no podemos dejarle que lo haga.
Por otra parte cuando nuestro hijo siente que se le comprende y se le acompaña emocionalmente será más fácil que colabore y tenga un comportamiento cooperativo en las cosas que se le pidan mejorando su comportamiento y su bienestar.
Validar las emociones nos permite enseñar a gestionarlas, hablar de ellas, profundizar y a reconocerlas y experimentarlas sin juzgarlas. De este modo estaremos enseñándole también a comprenderse y conocerse a sí mismo, a comprender a los demás y a mejorar su empatía y su inteligencia emocional.
Cuando decimos a un niño «no te pongas triste», «eso no es nada», «venga que vamos a ir al parque»…está claro que queremos su bienestar y que no se sienta mal, estamos actuando con la mejor de las intenciones pero lo que le estamos transmitiendo es que su emoción no es válida, que está equivocado, que está actuando de forma errónea o que lo que siente no es importante.
Si te ha gustado COMPARTE! Gracias.